jueves, 21 de mayo de 2015

En este primer artículo que forma parte de una serie de cinco, Luis Seco de Lucena, nos ofrece una mirada de lo que fue Granada antes de lo que llamaría "la gran construcción". Tal vez subiendo al carmen de los Mártires para asomarse a su balcón con el fin de ver las vistas a la parte de la ciudad que más ha perdido su encanto, podríamos cerrar los ojos y dejar escapar la imaginación con la ayuda de una amigo que nos leería el artículo que sigue. Y tal vez llegaríamos a imaginar lo que aquellos ojos pudieron ver, ahora bien, me voy a permitir dejar un pequeño consejo: antes de volver a abrir los ojos, girarse hacia los jardines y clavar la mirada durante un instante profundo en aquellas estampas. Y de esta forma procurar guardar en memoria los resultados de nuestra misión.

EL PAISAJE GRANADINO Y LOS ESPACIOS VERDES (I) Luis Seco de Lucena Paredes 6/03/1969


GRANADA Y EL PAISAJE

Los valores estéticos de Granada no radican exclusivamente en las joyas monumentales que posee; sino en la feliz conjunción que en ella se da entre el Arte y la Naturaleza. Por esta circunstancia los poetas árabes del medievo consideraron a Granada como "vergel del mundo"y uno de ellos, en versos que recogió Maqqari, afirma que es una ciudad "sin semejante y a que no podían compararse no las de Egipto, no las de Siria, ni las de Iraq; porque Granada es la novia que se ofrece al esposo en la noche nupcial con su rostro descubierto y radiante de hermosura; mientras que las otras ciudades, todas juntas, viene a ser el azadaque o regalo de boda que el novio entrega a la desposada". El mismo Maqqari, en versos propios, la estimó, por su belleza, "consuelo del afligido y refugio del desterrado". Saqundi, en su elogio del Islam español, la califica de "pasto para los ojos y elevación para las almas" donde "todo es nuevo y peregrino". Yuzayy, el escritor granadino que hubo de redactar la rihla de Ibn Battuta, declara que "si no temiera ser tachado de parcialidad por su patria, podría extenderse ampliamente en la descripción de los encantos de Granada, puesto que se ofrece ocasión propicia para hacerlo; pero como quiera que su celebridad se pregona en todo el orbe, se precisa insistir en elogios".

Si la Alhambra se estima maravilla artística única en el mundo, no lo es solamente porque constituye precioso ejemplar de arquitectura árabe civil de tiempos medievales que ha sobrevivido hasta nuestros días y carece de compañera que pueda considerarse su rival. A la dulce emoción estética que nos causa la Alhambra contribuyen la belleza de sus floridos jardines, el encanto de su apacible bosque, el suave arrullo de las aguas que discurren por sus arroyuelos, la alegre cantata de las que brincan por sus surtidores y, en especial, los variados y peregrinos paisajes que nos ofrecen sus contornos y los espléndidos panoramas que nos brindan sus miradores.

El paisaje constituye factor ensecialísimo en el complejo artístico de Granada, y si se hubiese tenido conciencia de esto se habría procurado conservarlo a todo trance y si no se hubiesen cometido torpes atentados no sólo contra algunos aspectos, sino también y muy principalmente contra el conjunto paisajístico granadino. Los ataques al paisaje urbano y al paisaje natural de estas ciudad son tanto o más dañinos para la propia esencia de Granada que el que puede ocasionarle la demolición de sus reliquias arquitectónicas.

Hay contadas ciudades en el mundo cuyo caserío presente una disposición semejante a la que ofrece el de Granada. Ciudad alta, asentada sobre nuevas colinas y ciudad baja que, en leve declive, desciende hasta la llanura. En estas colinas, los espacios verdes alternan, de una parte, con las manchitas blancas de los edificios; y de otro y junto a aquellas, con las parduzcas pinceladas de murallas y torreones. Cuando podíamos contemplarlo desde la vega, sin que lo estorbase la barrera elavadísimos inmuebles alineados a lo largo del camino de Ronda, quedábamos embelesados ante tan maravilloso cuadro, que tiene, como telón de fondo, los nevados picachos de la sierra.

Tan consustancial es el paisaje a la estética de Granada que la propia ciudad se ofrece como ventana abierta sobre los soberbios panoramas que sus arrabales, la sierra, la vega y los montes que la circundan brindan generosamente al espectador. Desde los Mártires y antes de que la manciliase el horrendo barrio del Zaidín, esa esplendida vega granadina presentaba un extraordinario paisaje que excedía a toda ponderación y en el cual el verde lujurioso de la campiña, en completa gama de matices, salpicado por las moticas blancas de pueblos y caseríos y cruzados por los cristalinos hilitos de los riachuelos, se difumina a lo lejos, entre los tones ocres, grises y azulados de los macizos montañosos que le dan término y que, a la parte meridional, lucen el albo manto de sus nevados picachos, constituyendo, en su conjunto,

La propia ciudad y sus viejos arrabales, Albaycín, la Churra, el Mauror, el Negued, cuyos caseríos reclinados sobre colinas, conservan casi intacta su ordenación medieval, nos ofrecen también sugestivos miradores, Sus retorcidas calles y empinadas cuestas dan lugar a un constante cambio de términos y de juegos que forman maravillosas y variadas perspectivas. Los paisajes albayzineros suelen tener como fondo las recortadas siluetas de los torreones de la Alhambra, cuando no prestan en su totalidad, la incomparable vista de la Colina Roja, que ha alcanzado universal renombre.



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