domingo, 24 de mayo de 2015

Aquí os dejo hoy la segunda parte. Desde cientos de lugares a los que nos podemos acercar en una mañana fresca de primavera o por una tarde calurosa del verano, encontraremos esta curiosa sensación que invade al paseante y al visitante de quererse quedar para siempre en Granada. Unos de los paseos agradables y no tan concurrido, es el que nos lleva a la fuente del Avellano, camino ya perfectamente acondicionado y que no tiene nada que ver con aquel recorrido que con sus burros seguían los aguadores, o incluso por donde se caían los niños por ser demasiados atrevidos. Y es que al llegar a la famosa fuente, al otro lado del monte, se eleva en lo alto de la colina el monasterio junto al impresionante y desgraciadamente abandonado a su ruina edificio que fue su colegio. Los paisajes que describen los autores a los que acude Seco de Lucena cantan los paisajes granadinos aludiendo a la mezcla que existe entre los espacios verdes de la ciudad y sus edificaciones. Empieza por descripciones encontradas en textos anteriores al periodo de los Reyes Católicos hasta llegar a nuestros días. Con el corazón encogido después de echar una mirada emocionada a este artículo para entender lo que era Granada, una Granada bien diferente a la que ahora conocemos, os doy cita dentro de un par de días en la tercera entrega.


EL PAISAJE GRANADINO Y LOS ESPACIOS VERDES Luis Seco de Lucena Paredes (II) (9/03/1969)


EL PAISAJE Y EL ESPACIO VERDE


Ya los literatos árabes estimaron como preciado don del Cielo el paisaje granadino. "Casi en el centro de la vega - escribe Aben al-Jatib - se asienta Granada tendida en la falda de elevados montes y altas colinas, desde donde se descubren espléndidos paisajes". "El céfiro de su arrabal del Negued y el bello panorama que nos ofrece su Hawz, encantan ojos y corazones, sutilizando las almas" piensa al-Saqundi. Cuenta al-Umari, seguido por al-Qalqasandi, que, desde los arrabales de la Alcazaba, la Churra y el Mauror "se divisa el extraordinario panorama que forman el río, ramificados en múltiples brazos y las tierras cultivadas, componiendo un paisaje que la imaginación no acierta a describir y que carece de término de comparación". Abd al-Básit, escritor egipcio que visitó Granada en 1466, en tiempos de Muley Hacén, un cuarto de siglo antes de que la conquistasen los Reyes Católicos, elogio calurosamente la admirable situación de su emplazamiento y la extraordinaria belleza de sus paisajes. "Desde ambos lados de la colina en que está enclava la Alhambra - escribe - se dominan otros tantos espléndidos panoramas; de una parte, el de la vega, amplia llanura irrigida por el Genil; de la otra, el valle del Darro, cubierto, por carmenes deliciosos y cuidados jardines. De ambas partes llegan a la ciudad efluvios suaves y gratísimos".

Los primeros cristianos que, a ráiz de la conquista vinieron a Granada no dejaron de sustraerse al encanto de su paisaje. Escribe Navagiero que un balcón del Generalife "mira hacia un peñasco por debajo del cual, en lo hondo, corre el río Darro, ofreciendo una vista deleitosa y placentera"; y añade que los Alijares "ofrecen también una bellísima vista hacia la vega"; y que el paisaje del calle por donde atraviesa el Darro "es muy bello y plácido y todo se ve cultivado y labrado desde alto abajo, con tal espesura de árboles fructíferos que parece todo él una selva y un sólo bosque". Luis de Mármol, al describir Granada  dice que "desde las casas de la ciudad se descubre una vista jocunda y muy deleitosa en todo el tiempo del año. Si miras a la vega se ven tantas arboledas y frescuras y tantos lugares metidos entre ellas que es contento; si a los cerros, lo mismo; y si a la sierra, no da menor recreación". Bermúdez de Pedraza escribe que " parte de la ciudad de Granada mira al mediodía y parte a poniente, al cual la vega tiene tan hermosa vista, porque mirada de lugares altos, parece predilección sintió Navagiero por el paisaje que, visto desde la Alhambra, ofrece Valparaíso, paisaje al que alude repetidas veces en su descripción de Granada. "Las riberas del Darro - escribe en otra parte de su obra - son muy frondosas y altas, todas vestidas de verdor por uno y otro lado, entre las cuales viene muy risueño, pobladas sus dos márgenes con muchas casitas, todas con sus jardincitos y puestas de tal manera entre los árboles, que parecen dentro de un bosque y apenas se ven".

De entonces a nuestro tiempo, el elogio del paisaje granadino ha constituido tema literario de constante elaboración para los hombres de letras, tanto orientales como occidentales. A su atrayente encanto se alude con frecuencia en todo género de piezas literarias referentes a Granada, y a la descripción de su extraordinaria y peregrina belleza se han dedicado deliciosas imágenes y sonoros epítetos.

Pero el paisaje granadino posee una especialísima particularidad y es que el espacio verde entre necesariamente en su composición. Escribió Ganivet en su "Granada la Bella": "En muchas exposiciones extranjeras he encontrado cuadros que me han hecho pensar sin vacilación: esto es Granada. No porque reconociera el lugar representado por el artista, pues a veces los artistas descubren rincones ignorados o ven las cosas desde punto de observación originales que la transforman; sino porque en aquellos cuadros leía yo, de corrido, como en un libro nuevo de un autor de quien ya no conociera todas las obras publicadas. Y en efecto, he buscado los catálogos y he visto que eran cosas de Granada; y lo que he encontrado con más frecuencias son calles estrechas quebradas; sus casas de planta baja, con parral a la puerta, con enredaderas en las ventanas, con tiestos en el balcón y entre ellas, tapiales por los que rebosa la verdura". Agrego yo que no concibe un paisaje granadino ausente de espacio verde; y cuando por la disposición urbanística del lugar tal espacio  no aparece en el paisaje, el vecino que vive en la parte vieja de la urbe, en la parte que aún conserve algo de su antiguo carácter, lo inventa animando la fachada de la casa que habita con macetas de flores y plantas trepadoras que se entrelazan a través de las rejas y se agarran con firmeza a la pared.

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