lunes, 8 de junio de 2015

En la época en que escribió este artículo se conocía a Granada por el tan típico nombre de la ciudad de los carmenes, tan intrínseco le era a Granada aquella denominación que incluso el mismísimo estadio de fútbol lo lleva. Desgraciadamente hoy no queda ni la mitad de aquellos jardines que le daban nombre a esta ciudad y enaltecía al barrio del Realejo y por supuesto ni una tercera parte de las huertas y jardines que los árabes nos legaron y con tanta alevosía se ha ido destruyendo paulatinamente. 
Afortunadamente Granada ha visto crecer unos cuantos parques públicos. Y porque algunas voces se levantaron en épocas remotas en contra del acoso al que estaban sometidos los árboles del bosque de la Alhambra, podemos dar las gracias, y disfrutar de largos paseos por los caminos sinuosos que nos llevan a lo alto de la colina. 
En este artículo Luis Seco de Lucena nos describe la agonía de los espacios verdes del centro de la ciudad y de cómo pasó por ejemplo, la inmensa zona verde del Triunfo, a quedarse reducida a lo que hoy nos parece un extenso parque.

EL PAISAJE GRANADINO Y LOS ESPACIOS VERDES

ESPACIOS VERDES GRANADINOS DE CARÁCTER PUBLICO (IV) 13/03/1969 Luis Seco de Lucena Paredes

Granada posee pocos espacios verdes de carácter público y muchos espacios verdes que constituyen propiedad privada de un crecido número de granadinos. Unos y otros van menguando día tras día. Granada carece de parque. Tiene, eso si, entre sus espacios verdes públicos, un bosque maravilloso poblado por árboles centenario y que brinda al paseante gratísimos parajes donde la luz, filtrada a través de las ramas que se entrelazan, tiñe el lugar con deliciosas tonalidades y, justamente con la embalsamada brisa que los orea, la dulce cantinela de los ruiseñores y el suave murmullo de los arroyuelos, crea un ambiente plácido y tranquilo que invita al reposo, mueve a la meditación e incita al ensueño. Un bosque que ha inspirado bellas composiciones a muchos poetas y cuya soberana hermosura goza de universal renombre: el de la Alhambra.

Pero un bosque es cosa muy diferente de un parque. Este brinda a sus visitantes motivos de diversión y de regocijo y les ofrece diversas atracciones de muy distinta índole: sombreadas avenidas, floridos jardines, espesos bosquecillos, ruidosas cascadas, artísticas fuentes, placetas monumentales, jardín de la infancia, pequeño zoo, ferial permanente y sitios adecuados para el descanso y el yantar. Uno de los más bellos parques que conozco es el "jardín d'acclimatation" del barrio parisino de Neuilly, modelo a imitar por los proyectistas de este género de espacios verdes. He visto otros más completos, más amplios y más pretenciosos en algunas ciudades europeas y de América del Norte. No cambiaría el londinense Hyde Parque por el Jardín d'acclimatation francés. Pocas urbes son las que no lucen un parque. En Andalucía lo tienen poblaciones de segundo orden, como Algeciras, pongo por caso.

Varias veces se ha intentado crear un parque en Granada. Lo proyecto el Ayuntamiento que regía la ciudad en el año 1890 para formarlo en el paseo de los Basilios sobre terrenos propios del Municipio y varias parcelas lindantes pertenecientes a propietarios particulares y que el Ayuntamiento pensaba adquirir. Se proyecto un bosque en laberinto, estanques, plazas, avenidas y jardines. El buen propósito no pasó de proyecto. Hoy ocupan esos terrenos edificios destinados a establecimientos escolares. En el vigente Plan de Ordenación Urbana figuraba la creación de un parque demarcado entre la avenida de Calvo Sotelo y el Camino de Ronda. En estos lugares se está construyendo el Polígono Universitario. Hay constantes urbanísticas, de la misma manera que existen constantes históricas. En Granada los proyectos de parques plasman en escuelas.

Posee la ciudad algunos amplios paseos, un espléndido jardín, varios pobres jardinillos y unas cuantas plazas y plazuelas exornadas con árboles, arbustos y cuadros de flores, Ni a unos, ni a otras se les presta demasiada atención, porque no se valora la excepecional importancia del espacio verde. De cuando en cuando, se les arrebata un pedacito de superficie para levantar un inmueble o establecer un aparcadero; se destruyen jardines con el propósito de obtener más espacios transitables y se arrancan árboles centenarios para plantar otros que den menos sombra.

Esto último ocurrió en los paseos del Salón yde la Bomba. Fueron los franceses quienes, durante la invasión napoleónica, convirtieron en frondosa alameda el lugar que ocupan esos paseos a la margen derecha del Genil. Antes de que la bárbara tala de sus árboles, perpetrada a fines del primer tercio de siglo que vivimos, destrozara esa arboleda "se enlazaban las copas de sus árboles - escribió un poeta, forastero en Granada -  formando bóvedas de esmeraldas que dejaban pasar tenues hilos de luz". Consumada la tala,se plantaron dobles filas de tilos en los laterales del paseo del Salón y una en el de la Bomba, que apenas proyectan sombra sobre las vías centrales, abrasadas en verano por un sol de justicia. Ambos paseos han perdido la hermosura que primitivamente tuvieron; y, por otra parte, se encuentran en el más triste de los abandonos.

En 1840 habían sido ya trazados los jardinillos que bordean la calzada izquierda de estos paseos y alos que también se les quitó, en este siglo, un pedacito de tierra para construir en su solar un inmueble que primeramente fue pabellón de fiestas del Casino ya la que después, se le ha dado un destino más noble, instalando en sus salas una biblioteca popular. El pequeñísimo jardín del Humilladero, hecho en 1903 y contigua al paseo del Salón, ha sido arrasado no hace mucho tiempo, para convertirlo en aparcadero de la red tranviaria. Alamedas y jardines cubrían antaño el paseo de San Sebastián. Aún se mantienen en pié algunos de los árboles que fueron su ornato. El terreno que ocupan los jardines, transformado en erial, sirve ahora de asiento a los feriantes. Sólo la Carrera de la Virgen, entre los espacios verdes que hay o hubo en esta zona de la urbe, conserva aún razonable estructura de avenida sombreada que luce el adorno de cuadros laterales con plantas y arbustos. 

Desconsuelo causa recordar el Campo del Triunfo, que conocimos en nuestra infancia. Al otro extremo de la ciudad, en una parte de los terrenos que fueron cementerio musulmán de Saüd Ben Malik, cercada al Norte por la bella fachada plateresca del Hospital Real, a levante por el templo de San Idelfonso, y el viejo convento de la Merced, al Sur por la puerta árabe de Elvira y limitada a Poniente por la Gran Vía, se extiende amplísima explanada conocida por Campo del Triunfo porque, en su centro, la piedad religiosa de los granadinos levantó un monumento al misterio de la Concepción. Sombreado por frondosa arboleda y embellecido por cuidados jardines, era uno de los espacios verdes más hermosos y agradable de la ciudad. Prácticamente los jardines han desaparecido y queda algún que otro vetusto árbol. En nuestro tiempo, la explanada vergel pasó a solar edificable y ella se alzan la Escuela del Magisterio, las factorías militares, el grupo de vivienda Reina Victoria y alguna que otra edificación de menor cuantía.

Hasta hace poco, poquísimos años, hubo a todo lo largo de la acera del Triunfo otros jardincitos que han sido recientemente destruidos para convertirlos también en solares. A los jardines sustituyen ahora una larga  hilera de modernos inmuebles. Cierto, que en compensación, el Ayuntamiento de la ciudad, aprovechando la explanada que quedó libre al ser demolida la antigua plaza de toros, ha trazado y plantado un espléndido y espacioso jardín, el más bello de la ciudad baja, dispuesto en paratas y que tiene por fondo  amplias fuentes luminosas; pero ha de transcurrir bastantes años antes de que los árboles que lo ornamentan ofrezcan al visitante la sombra que le prestaban los que se erguían en los viejos jardines de la Acera del Triunfo. Un árbol cae, derribado, en media hora; pero en su crecimiento invierte varios lustros.

No se educa al niño granadino en el respeto a las plantas. Cuando no hay guarda que lo vigile, trilla los jardines y arrasa los macizos de arrayán de las plazuelas. Destroza los cuadros de flores, arranca los arbustos, y si están al alcance de su mano, quiebra las ramas de los árboles. Acaso por esto no se suele prestar demasiada atención a los jardines públicos. Para conservar decentemente este género de espacios verdes, sería preciso establecer una constante vigilancia sobre los mismos. Vale la pena que nuestro Ayuntamiento que, con buena voluntad se viene ocupando de mejorar la urbanización de Granada, estudie la posibilidad de llevarla a efecto. ¡ Es tan bonito y dice tanto del buen tono de la ciudad un jardín bien cuidado!

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